Crítica

 

Los hombres y las estatuas

2018-10-28 01:02:29

La masculinidad se define en torno a la acción y la feminidad en torno al dejarse ver y dejarse hacer… salvo a la hora de los feminicidios. Allí ellas “son asesinadas”: la voz pasiva haciéndolas sujetos responsables de su propia y definitiva aniquilación.

 

 

Por Laura Lecuona*

 

 

 

Un poeta y diplomático escribe sus memorias y no tiene ningún empacho en evocar aquella vez que, siendo cónsul en Ceilán, “decidido a todo” tomó fuertemente de la muñeca a una mujer del servicio, la llevó a su cama, la desnudó y la sometió a un coito al que ella no consintió y en el que no participó. “El encuentro fue el de un hombre con una estatua”, resume con franqueza. “Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible”. Ella es una paria; él, un respetado escritor con reconocimiento internacional.

Varias generaciones de adolescentes han recitado embelesadas sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Quienes desean adentrarse más en su vida y obra se soplan las 416 páginas de Confieso que he vivido, publicado en 1974, tres años después de que al célebre chileno se le otorgara el premio Nobel de Literatura, y al regresar el libro a la mesita de noche lo quieren y admiran todavía más.

Tienen que pasar cuatro décadas para que la periodista Carla Moreno Saldías llame la atención sobre el pasaje y subraye lo que siempre ha estado ahí, a la vista de todo mundo: Pablo Neruda cuenta en su autobiografía, muy quitado de la pena, que en 1928 violó a una joven tamil… y no pasa nada. Su imagen queda intacta, su vida sigue su curso, sus libros no dejan de reimprimirse, los enamorados siguen suspirando con su poesía.

Los miles y miles de personas que entre 1974 y 2015 leyeron ese episodio de la vida de su ídolo ¿le restaron importancia? ¿Se hicieron de la vista gorda y guardaron prudente silencio para no afectar la reputación del poeta que pudo escribir, por ejemplo, “la noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”? ¿O no será más bien que la violación, descrita ahí con suficiente detalle y sin ambigüedades, suele pasar desapercibida?

Cuando las feministas denunciamos la cultura de la violación y señalamos que la violencia contra las mujeres está normalizada nos referimos a eso: es tan común, tan omnipresente, que no la nombramos y a veces ni la vemos aunque la tengamos frente a los ojos. Con frecuencia ni las mujeres que han sido violadas llaman por su nombre a ese trance. Innumerables esposas rutinariamente soportan, estoicas, la violación conyugal, como si abrir las piernas y dejarse penetrar sin ellas desearlo fuera, en efecto, su deber. Al fin y al cabo es su marido, que está ahí para protegerlas… de los demás hombres.

Hay gente que considera a los violadores “enfermos”, “psicópatas”, “pervertidos” o “monstruos”, como si el problema estuviera sólo en ellos y fueran excepcionales, pero en realidad los violadores son la cosa más normal del mundo. El acosador, el violador y el feminicida son como soldados que captan el mensaje y siguen las instrucciones al pie de la letra. No son ninguna anomalía del sistema sino su consecuencia lógica y de hecho su sostén. La violencia contra las mujeres cumple una función fundamental para el patriarcado: mantenerlas sometidas y perpetuar su opresión. Sin la permanente posibilidad de ser violadas o asesinadas si no hacen lo que los hombres quieren, toda la estructura se viene abajo. A este mundo masculino no le convienen las mujeres desobedientes y libres: él las quiere complacientes. Y no hace falta violarlas a todas: con la pura amenaza basta. Del mismo modo, no hace falta que todos los hombres sean violadores y feminicidas para que absolutamente todos se vean beneficiados por ese trabajo diligente de los guardianes del statu quo.

El amor romántico, la pornografía, la prostitución, la caballerosidad, los roles sexuales son importantes soportes de esa cultura basada en el sometimiento de las mujeres y la supremacía de los hombres que llamamos patriarcado; es la manera de socializarnos y hacernos creer que así es como debe ser y así siempre ha sido e inevitablemente siempre lo será. La imagen de “hombre activo” y “mujer pasiva” no vale nada más para las relaciones sexuales sino para toda interacción social. La masculinidad se define en torno a la acción y la feminidad en torno al dejarse ver y dejarse hacer… salvo a la hora de los feminicidios. Allí ellas “son asesinadas”: la voz pasiva haciéndolas sujetos responsables de su propia y definitiva aniquilación.

El feminicidio y la violación son las formas más brutales de una violencia que sin embargo siempre está ahí, haciéndose presente. Si tantas veces no advertimos ni siquiera las manifestaciones más extremas, ¿qué decir de esos modos sutiles de comunicarnos todo el santo día, a través de la cultura, los medios, la educación, que las mujeres son inferiores y existen para obedecer y dar gusto? Esa propaganda es parte del plan: hacernos creer que así es el orden natural de las cosas para que le entremos al juego, femeninas, sonrientes y resignadas, y nunca nos rebelemos.

Después de las reinas de belleza y las estatuas, las robots sexuales son el ejemplo más acabado de feminidad; son el ideal de mujer porque ellas siempre callan, siempre están como ausentes: distantes y dolorosas como si hubieran muerto.

 

 

*Laura Lecuona estudió Filosofía en la UNAM y ha dedicado su vida profesional al mundo de los libros. Es autora del ensayo Las mujeres son seres humanos (Secretaría de Cultura, 2016), accesible instructivo para ponerse las gafas violeta. En HuffPost mantiene un blog donde desempolva su formación en filosofía para hablar de feminismo.

 

 

 

Imagen tomada de: http://paginawebleon.mx/wp/wp-content/uploads/2018/01/Musas.jpg

 

 

 

Revista Desocupado

 

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