Crítica

 

Virus: una palabra sembrada en el ojo de la mente

2020-05-15 20:47:36

"Es indiscutible que el virus existe; pero no es mayor que el temor que se expande en los organismos como una constelación dentro de una galaxia"

 

 

Por Pablo García Mejía*

 

Actualmente el miedo se ha transformado en terror. Un monstruo pernicioso llamado virus con su corona de espinas enjoyadas: Coronavirus se pasea por el Planeta Tierra como un agente del apocalipsis. El espíritu de la humanidad se encuentra en bancarrota porque los dioses lo han abandonado a su suerte. ¿En dónde estarán a estas horas: Jehová, Cristo, Buda, Alá, Brahma, Krishna, Rama, Ormuz, Vishnú, Shiva, y tantos otros diversos Santos o Vírgenes en sus diferentes representaciones?... Nada. Nada se puede hacer ante un microscópico enemigo mortal. Ni siquiera los presidentes, ministros, reyes o reinas que gobiernan los grande o pequeños países. Ellos cuentan muy poco: son al fin mortales con muchos defectos.

Pero, ¿en dónde está el científico, el filósofo, el médico, el inventor, el gran Jefe de Jefes, o los científicos metafísicos? ¿Todos son arrastrados por los caballos de la adversidad espeluznante? ¿Todos tienen un alma muerta, acaso? ¿Dónde está el ser humano de la calle que acepta los milagros a la primera provocación? Es asombroso cuán escasa es la Fe en sí mismos. Bastante poco queda del universo maravilloso de la ciencia y la tecnología cuyos dones prodigiosos nos han sido revelados sin mayor recato. No pueden hacer nada contra la enfermedad y a favor de la salud; sobre todo de la salud mental, de la neurosis que atrapa a la mayoría de las poblaciones de cada país con esta pandemia. El ser humano es un despojo amedrentado, azorado, confuso y envilecido que se deja arrastrar por los fantasmas del desasosiego provocado principalmente por los medios de comunicación y los gobiernos manipuladores de las sociedades. Nada indica que reaccionen a favor de la salud. Toda su atención está concentrada en la enfermedad: es decir en el miedo.

Es indiscutible que el virus existe; pero no es mayor que el temor que se expande en los organismos como una constelación dentro de una galaxia. Los médicos y los científicos se maravillan en estudiar la enfermedad: son fanáticos del intenso temor. Pero, ¿qué hay de la salud? ¿Acaso no saben de esta guerra que se libra día a día contra putrefacción del alma? En el trasfondo del alma la salud muere todos los días, sin remedio. Cada uno de los seres humanos debería volver la mirada hacia su interior: hacia su propio ser y desbaratar sus temores para curarse a sí mismos, puesto que este virus nadie lo puede atacar, en este momento, si no: únicamente cada persona con su propio esfuerzo, con su inherente poder mental: la mente humana apenas la conocemos, es la punta del iceberg lo que pueden alcanzar a vislumbrar los más avezados. Como si fuese bajo la superficie del mar en donde está el poder del subconsciente que tiene el dominio de vencer el temor a la muerte.

Seguramente se puede aislar el miedo y confrontarlo a la gran armonía de la vida. Ese es el lenguaje secreto de nuestro tiempo. Podemos vivir con estrellas muertas en nuestro ser o morir con soles vivos en nuestra alma. En esta época de terror es necesario hacer un acto de voluntad contra el Destino. Un acto de supremacía es creer en uno mismo, en las propias potencias intrínsecas que pueden enviarnos hacia el encuentro consigo mismo y entonces los dioses saldrán debajo de la cama y se quitarán el cubre bocas y los guantes de cirujano, para decir: “Siempre hemos estado junto a ustedes, ayudándolos”.

Entonces todos dirán: Aleluya, Aleluya. Después de todo llegamos a lo inefable: a lo imposible de decir, de transmitir: es de vital importancia adquirir una conciencia total y comprensiva del instante en que la incertidumbre irrumpe en la superficie del ser: es el súbito instante en que la luz en la mente se incorpora a la naturaleza. Por otra parte, la humanidad apenas podrá con este virus, porque es imposible que ame y que elimine la enemistad, el deshonor, el desamor, la violencia, la envidia y el fanatismo, entre otras muchas dolencias. Se puede encontrar el Paraíso en nuestro planeta; pero parece ser que estamos impedidos para ser felices, aunque tengamos todo para que eso suceda.

El tiempo es una alfombra de color turquesa que se desenrolla ligeramente a los pies de los humanos para atenuar el mal que encarcela sus sueños y sus vidas; sólo es cuestión de plantarse bien sobre su afelpada tela para desear con toda la fuerza del ojo de la mente desterrar a esa palabra: Virus, que encarnada en el organismo humano sea desterrada para siempre, con el fin de que la salud prevalezca y el miedo sea derrotado totalmente con nuestra mente situada en el equilibrio mágico del pensamiento positivo.

 

 

 

Pablo García Mejía, nació en Ciudad Valles, San Luis Potosí, México. Es autor de las novelas publicadas: El vendedor de ataúdes y La miseria del espíritu. Masacre del 68 y de los poemarios: El último día del verano y Ciudad sin crepúsculos. Es escritor de guiones de radio, cine y televisión. Ha publicado poemas, narraciones literarias, cuentos y reseñas tanto de libros como de cine en diversos diarios y revistas; así como en la web bajo el pseudónimo de Pavel Di Marco. Actualmente, tiene en proceso su novela: El semidiós agoniza.

 

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Revista Desocupado

 

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