Crítica

 

Gay Pride y lenguaje: "Old Music Island" y "El novio de mi abuelo", textos ganadores del Premio Nacional de Poesía y Narrativa LGBTTTI 2017

2017-06-24 09:44:49

Con texto introductorio de Verónica G. Arredondo, la poeta de origen cubano Odette Alonso y el narrador mexicano Luis Alberto Paz comparten con #RevistaDesocupado fragmentos de sus obras ganadoras en este premio que busca poner a la diversidad en el primer plano de la literatura

 

 

 

 

Quién detiene palomas al vuelo

volando al ras del suelo

mujer contra mujer.

José María Cano, 1988

 

 

Entre chamarras de mezclilla, ropa ajustada y calentadores, al puro estilo con aeróbics, arracadas grandes, crepé y mucho aerosol, los años 90’ aún parecían lejanos. Fue la década de los 80’ en donde las libertades sexuales se hicieron visibles. En un contexto muy distinto al que surgió en los 60’ en el tema de sexualidad; iconos musicales y artistas contribuyeron a levantar la bandera del Gay pride, literal o metafóricamente, para identificarse así, desde la sexualidad, para exigir respeto a las diferencias. Por ejemplo, Freddy Mercury, Prince, Elton John, Boy George, George Michael, Pete Burns, The Village People, Madonna, Mecano, Alaska y Dinarama, Juan Gabriel y por supuesto, la figura andrógina de David Bowie.

La moda viene y va, las bandas y los LP’s se volvieron de culto; el peinado, la ropa y el estilo cambian, y todavía se sigue pugnando por el respeto a los derechos humanos. Escribir desde el cuerpo, la entraña, no es sólo una seña de identidad; se escribe para nombrar lo que se apropia: el otro cuerpo, la piel como territorio del lenguaje, donde la identificación con el mismo sexo se palpa con la lengua. Es necesario nombrar el lugar del encuentro entre los cuerpos, quizás en un salón de baile, en medio del swing: “donde el mármol es el brillo de otro tiempo. / Suenan / como en patios veraniegos / la orquesta tropical / y la big band. / Suenan dentro del cuerpo / que se pega a mi cuerpo / y baila.” (Odette Alonso).

Dos mujeres que se dan la mano y el matiz que venga después, es un acto de resistencia, un acto político: nombrar, apropiar-se del otro y del encuentro con todas palabras desde lenguaje de la corporeidad, porque el amor es amor y la sexualidad la ejercemos tod@s, día a día. Hace 30 años resuena la consigna por el respeto, se ha ganado territorio, sin embargo, parece que el tiempo no hubiera transcurrido significativamente, porque el mundo no parece siempre estar listo para aceptar lo diferente (Luis Alberto Paz).

 

Verónica G. Arredondo

 

 

A continuación presentamos fragmentos del poemario y la novela que ganaron el Premio Nacional de Poesía y Narrativa LGBTTTI Zacatecas 2017.

 

Poemas de Old Music Island

 

Por *Odette Alonso

 

 

PÓRTICO

 

Los pájaros que salen de tu boca

llenan el día de reverberaciones.

La luz que dejan

se enreda entre los hilos de la rueca

de la que surge un tejido transparente.

La pared te sostiene

cuando te abres el pecho

y brota el canto.

Yo

sentada a tus pies

lo sueño todo.


 

 

DESEOS

 

Tres deseos pido

una copa al filo de la tarde

un espejo donde reír

sin prisa

y el sí que se esconde en las palabras

que aún no digo.

Tres deseos

el mar y su perfume

acompasado ritmo de la cabalgadura

trozo de noche que no fue.

El tiempo

es este aletear entre las sombras

dedo sobre los labios en señal de silencio

humo y cicatriz.

Tres deseos quiero

la primera puntada del tejido

el grito de tus ojos al mirarme

y todo el tiempo

luego.

 

 

 

PUNTO CERO

 

Una saeta me apunta desde el rabillo del ojo

tu perfume da a la tarde un sinsentido.

De un hilo cuelga el beso

de esa línea invisible trazada sobre el aire

como el vuelo de un insecto.

¿Puede llamarse beso

a ese destello

alejado de los labios

que se muerden

del ardor que evoca esa palabra?

El tiempo pasa

sobre las dos

inalterable.

Éste es el punto cero del amor.

 


 

IMPÚDICAS

 

El umbral

y una escalera.

Descender.

Tomar de entre tus manos

la ola que nos cubre

esas aguas donde vernos

como espejo

desdibujados los ojos

cubista la sonrisa

impúdicas.

 

 

 

MIEL DE AGAVE

 

Otra miel es la que quiero

aquella que se embarra entre los dedos

y los chupo

hambrienta

golosa del sabor

y del aroma.

Otra miel

definitiva

ésa que se unta al labio

y siembra

con acidez propiciatoria

la adicción.

 

 

 

MUSIC ISLAND

 

A mis amigas de 5 de Febrero

 

Toda música es ayer

nos antecede el canto de la cítara

se impregna en las paredes

en medio de la nada.

Toda música

es un juego de espejismos

una moneda antigua

girando

en la entretela de lo que atravesamos.

Ocurrirán

en la víspera

las reverberaciones

los abismos

el vuelo de los pájaros

que salen de tu boca

y nos llevan

a esa isla del humo

y de la música.

 

 

*Odette Alonso es poeta y narradora. Nació en Santiago de Cuba y reside en México desde 1992. Su cuaderno Insomnios en la noche del espejo obtuvo el Premio Internacional de Poesía “Nicolás Guillén” en 1999 y con Old Music Island acaba de ganar el Premio Nacional de Poesía LGBTTTI Zacatecas 2017. Autora de otros doce poemarios, de la novela Espejo de tres cuerpos (2009) y los libros de relatos Con la boca abierta (2006) y Hotel Pánico (2013). Fundó el ciclo Escritoras Latinoamericanas que ha organizado durante una década en el marco de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería.

 

*

 

Capítulo I del libro El novio de mi abuelo

 

 

Por *Luis Alberto Paz

 

 

Las bases del árbol familiar

 

 

«¡Tu abuelo no puede tener novio». «¿Y por qué no?». «Porque los abuelos no tienen novios». Así, con un diálogo acerca de la incredulidad del mundo, comenzaron parte de mis conflictos existenciales durante la infancia. No vayan a creer que me refiero a que me azotaba todo el día lamentándome por el hecho de no tener una familia convencional, pues, todo lo contrario. Sino que fue de ese modo en que me di cuenta de que el mundo no parece siempre estar listo para aceptar lo diferente. No digamos lo poco usual, sino simplemente lo que no es común, como por ejemplo el que mi abuelo, en efecto, tenía novio. Uno con el que me llevo de lo mejor, y del que tengo grandes recuerdos de niñez.

Para mí es casi un cliché esa imagen de la abuela que se la pasa tejiendo chambritas acurrucada en una mecedora, y el abuelo que se queda dormido mirando la leña de la chimenea consumirse, y que te cuenta las historias de un pasado que fue siempre mejor que el presente. En primera porque la abuela murió muchos años antes de que yo naciera; y, en segunda, porque José, mi abuelo, solía decir que estaba feliz de que me tocase vivir en una época de libertades impensables en su juventud. Él aseguraba que, si bien aún hay mucho trabajo por hacer en cuanto a progreso, tenemos, como nunca, la oportunidad de disfrutar de nuestra identidad sin ningún problema coercitivo, o casi sin ninguno.

Y pues nada, lo que quiero decirles se trata, como ya mencioné, del novio de mi abuelo, o, para ser precisa, de la historia de cómo lo volví a ver después de que mi abuelo murió. En el proceso se enterarán del problema que la existencia de Luis, el novio en cuestión, representó durante un periodo de mi adolescencia. Aclaro que no fue un problema para mí, sino para algunas personas que por azares del destino compartieron su educación básica conmigo; la mayor parte de ellas, incapaces de ver lo que siempre he considerado evidente: el amor no tiene género. Pero, en fin, ya hablaré de ello.

Para comprender plenamente esta historia, debo mencionar la razón que la convirtió en un conflicto: la intolerancia. El primer problema inició con una tarea escolar cuando era yo apenas una cría que tenía poco de haber dejado de creer en Santa Claus y los Reyes Magos. En esa época casi todo lo que sonaba a dificultad tenía que ver con tareas, y aquello no fue una excepción. Resulta que la profesora nos dejó hacer un árbol genealógico como proyecto final; ya saben, esas figuras en las que pones ramas con fotos de los miembros de tu familia en los extremos. Y yo, como buena alumna que pretendía ser, cumplí con lo que nos pidió. Debo aceptar que en un principio el mayor problema no tuvo nada que ver con el abuelo y Luis, que es como se llama quien fue su novio, sino con encontrar una foto en la que mi hermana no estuviese haciendo algún gesto extraño o gracioso, pues una cosa era que yo me la pasara molestándola día y noche, y otra hacerla el hazmerreír de toda la clase. Pero ya estoy, como de costumbre, desviando el tema. Retomemos: el caso es que yo hice un árbol de lo más lindo. En el tronco estaban mis cuatro abuelos: José y María Elena, papás de mi papá, y Yaya y Humberto, papás de mi mamá. Por supuesto que mi abuela no se llama Yaya sino Olga, pero nunca le decimos así. A Humberto tampoco, le decimos El Huraño, pero esa es otra historia.

¿En qué estaba? ¡Ah, sí! Les decía que en el tronco estaban mis abuelos, los cuatro. No puse nada de mis bisabuelos porque a mamá y papá si les preguntas por ellos ponen una cara como si les estuviese preguntando la fórmula para calcular la masa de la Tierra con todo y los granos de la arena del mar incluidos, así que no los puse. Después, en las ramas que comenzaban a subir puse a mis tíos, de ambas partes de la familia: José y Eugenio de lado de papá, y Mariana y Nuria de mamá. Mi familia tiene cosas extrañas, como por ejemplo que papá sólo tuvo hermanos y mamá sólo hermanas. Yo únicamente tengo una hermana y mis primos sólo tienen hermanos. Desconozco la razón para tal cosa, pero al parecer a mi familia no le gusta eso de hacer «parejitas» con los hijos.

Bueno, bueno, estaba en que después de poner en las ramas a mis primos y encontrar por fin una foto en la que Anjana, mi hermana (sí, ya sé que tiene un nombre extraño), se veía más o menos como una niña normal, me di cuenta de que todas las ramas de los adultos estaban a lado de sus parejas. Mi abuelo José tenía a María Elena, pero ella había muerto hace muchos, muchos, muchos años, y desde que yo recordaba, mi abuelo vivía con Luis, no con la abuela. Así que, como toda una niña llena de iniciativa, busqué una foto de Luis y la coloqué en una rama adicional al lado del abuelo. Allí es donde suponía que debía estar su foto, junto a él, como estaban siempre.

Y pues, después de todo ese esfuerzo me di por satisfecha de haber hecho un gran trabajo y me puse a jugar esas cosas raras que se me ocurrían cuando era niña: molestar a mi hermana, ignorar a mi hermana, y acusar a mi hermana con mis papás por cualquier cosa que estuviera haciendo o no.

Nada tan extraño como lo que pasó al día siguiente cruzaba por mi cabeza mientras destrozaba a Anjana en un juego de gato, ese de lograr enlazar tres bolitas o palitos; pues, resultó que cuando llegué con mi enorme (porque así lo veía entonces) árbol genealógico a clases, la que entonces creí que era mi mejor amiga, Valentina, puso cara de zombi cuando vio la base de mi creación y dijo: «Ay, Emi. Te quedó mal la tarea. La maestra te va a regañar». Y yo, como era de esperarse, le puse la más hiriente de las caras que entonces podía hacer y le dije que no era cierto. En el fondo sabía que le daba envidia que a ella no se le ocurrió ponerle hojas de verdad a la tarea, y qué bueno, porque si les contara la regañiza que me metió mamá por haberme terminado la menta del jardín. Pero Valentina atacó mi obra con el argumento que comencé este relato, el de que los abuelos no podían tener novio. ¿Qué iba a saber una niña de ocho años entonces de la vida?, pensé.

Para no alargar aún más esa trágica anécdota, les diré que resultó que la odiosa de Valentina tenía razón, o por lo menos eso dijo la maestra; pues, cuando vio la rama adicional que había puesto en la base, exclamó que estaba mal, que si tenía más tíos debían estar a la altura de las ramas de mi papá. A la fecha, recuerdo perfectamente la sonrisa malévola de Valentina cuando escuchó a la maestra decirme eso. Aunque, recuerdo incluso mejor los ojos de la maestra, y la de todos los compañeros que estaban cerca cuando le expliqué que mi trabajo no estaba mal, que Luis no era mi tío, sino el novio de mi abuelo. Les prometo que al niño que se sentaba delante de mí, casi literalmente, se le cayó la quijada al escucharme. Fue un momento glorioso, todo el mundo me miraba como si yo supiese una verdad oculta para el universo, o por lo menos así me sentí hasta que la maestra, con una sonrisa, por demás falsa, me dijo que entonces estaba bien, pero que quería hablar conmigo antes del recreo. ¿Alguien había notado que cuando se crece el recreo se deja de llamar recreo para llamarse receso?

La cosa fue peor cuando en la dichosa plática la maestra terminó por no entender nada y dar por hecho que yo estaba confundida, y, evidentemente, mandó llamar a mis papás para aclarar lo que era por demás obvio: yo tenía la razón, Luis era novio de mi abuelo, y mi tarea había sido la más bonita de todas, muy a pesar del jardín de la casa.

Al día siguiente llegaron mis papás a explicarle lo que yo ya había aclarado a la maestra, quien, con una cara de boba que apenas podía con ella, terminó por asentir en silencio y decir que «una situación tan delicada debía ser tratada con atención». ¿Delicada?, me pregunté. Delicadas las copas de cristal que el abuelo trajo de la República Checa y que se rompían casi nada más de verlas.

Y si les he contado todo ese rollo de información es para darles cuenta de lo reburujadas que tenían la cabeza algunas personas de mi escuela primaria, las cuales prestaron más atención a la foto de Luis que a lo bello de mi trabajo. Aunque en parte acepto que es normal, porque la verdad Luis era muy guapo entonces, y escogí, con toda intención, su mejor foto porque Valentina siempre se la pasaba diciendo que sus abuelos parecían momias hechas de papel maché, y yo le quería demostrar que en mi caso, aunque Luis no fuera mi abuelo, era quien acompañaba a José, o sea que era casi como otro abuelo, digamos un abuelastro, y no era para nada una momia.

Para resumir, ese trabajo me hizo entender varias cosas: uno, la gente presta demasiada atención a cosas que ninguna relevancia tienen en ciertos contextos; dos, no todos parecen comprender que lo extraño está más en los ojos que ven las cosas, que en el objeto de observación en sí; tres, los maestros, y los adultos en general, no comprenden muchas cosas que los niños, o los más jóvenes sí; y cuatro, si secas hojas de menta en un papel, éste tendrá un aroma agradable por un largo tiempo.

Para terminar, y por si les interesaba saberlo, la maestra me tuvo que poner diez en el bendito árbol. Algo me hace pensar que fue sólo de la vergüenza que le dio cuando mis papás le corroboraron, con la mayor naturalidad del mundo, mi versión de la presencia de Luis en nuestras vidas; pues, supongo que no le pareció que estaba dándome un buen ejemplo de inclusión con su «seguramente estás confundida». ¡Confundida quedó Valentina con el sietesote que le pusieron!

 

El jurado del premio dijo sobre la obra de *Luis Alberto Paz que “se distingue por la solidez del registro narrativo, la fluidez y el manejo del lenguaje así como por un notable trabajo de reescritura”.

 

 

 

Arte en fotografías: Yesenia Torres (Ciudad de México, 1992). Egresada de la UNAM. Es periodista, el cine y la fotografía más que sus pasiones son su manera de entender el mundo.

Revista Desocupado

 

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