Crítica

 

Contra la memoria (Extended version)

2020-04-09 11:24:35

Se puede decir, pues, que el avance del Covid-19 pone a la ciencia en jaque, la pone a debatirse entre salvar la vida o salvar la memoria

"El coronavirus es (y esto no es reducirlo en modo alguno) un virus lingüístico cuya mayor amenaza es la de impedir que generemos memoria"

 

 

Por Alfredo Lèal*

 

1.

Cuando Giorgio Agamben publicó, el 26 de febrero, el primero de los textos que ha escrito sobre el cornavirus, yo me encontraba leyendo Verso la foce, de otro italiano, Gianni Celati, que es un conjunto de diarios de viaje a través de la pianura italiana. En una de las entradas de este diario, fechada el 10 de mayo de 1986 en Piacenza, el autor comentaba de este modo las noticias sobre la catástrofe nuclear de Chernóbil: “lo terrible”, dice Celati, “[cuando es] confiado a los expertos y los periodistas, se convierte en una pacotilla que apenas usada deja de servir: no puede devenir memoria, a lo mucho se resume en pequeños reclamos a la calma y la prudencia”. Para Celati, el principal problema al que se enfrentaban quienes, de un modo u otro, estaban expuestos a las consecuencias de la radioactividad que se propagó en la ciudad ucraniana, no era la radioactividad en sí, sino las consecuencias paranoides de la condición lingüística del acontecimiento. “El mutismo de la objetividad”, dice Celati, “te hace sentir demasiado separado de las cosas del mundo”.

 

2.

Para cuando Agamben publicó ese primer texto sobre el coronavirus, el avance global del Covid-19 —cuyo nombre, no está de más señalarlo, reproduce a la perfección la condición de un significante flotante que, según Ernesto Laclau, es el único capaz de representar una demanda popular— nos colocaba frente a algo bastante similar a lo detectado por Celati en el caso de Chernóbil, señalado asimismo por Agamben —un Agamben, por cierto (pero esto es sólo una nota al margen, como aquélla de Jean-Luc Nancy), quizá demasiado seguro de lo que está diciendo en un momento en el que precisamente la seguridad en nuestras propias palabras es el único peligro duradero en un mundo plagado de peligros momentáneos. ¿Qué era eso a lo que nos enfrentaba, después de que se comenzaran a detectar los primeros casos fuera de China, el avance (mediático) del Covid-19? Creo que la fórmula no puede ser más sencilla: nos enfrentaba a un estado de paranoia absoluta creado por la información en una forma científica y, por consiguiente, a-histórica, es decir, anti-narrativa. Las y los zapatistas que el 16 de marzo decidieron cerrar los Caracoles, lo hacían exhortándonos, “en México y el mundo”, a que tomáramos “las medidas sanitarias que, con bases científicas, [nos] permitieran salir adelante y con vida de esta pandemia”. Se puede decir, pues, que el avance del Covid-19 pone a la ciencia en jaque, la pone a debatirse entre salvar la vida o salvar la memoria. Y como hoy ya no existe ningún modo de trascendencia, como hemos negado todo tipo de devenir histórico, social, incluso individual, mejor salvar la vida en el aquí y el ahora, por más que esa vida no sea más que una constante acumulación de deuda que, paradójicamente, es nuestro único modo de mostrarnos como ciudadanos confiables del mundo.

 

3.

La semana pasada, luego de que mi esposa me comentara que Vargas Llosa había dicho que La peste era un libro mediocre, tomé de mi biblioteca el ejemplar de la novela de Camus y comencé a releerlo. No he avanzado mucho, pero lo que llevo me parece todo menos mediocre, aunque supongo que para escribir una frase como esa tendría, por lo menos, como Vargas Llosa, que haber ganado un Premio Nobel. Por supuesto, eso nunca va a suceder. Lo que sí sucedió fue que me encontré con un texto que no recordaba en absoluto, un texto que había dejado en mi memoria sólo un par de escenas —la escena del inicio, por ejemplo, cuando Rieux encuentra a la primera, no, a la segunda de las ratas—; no recordaba que el narrador menciona el asesinato del árabe por parte de Meursault, es decir, el acontecimiento de El extranjero, como tampoco me acordaba de que Cottard, luego de su intento de suicidio, se pone a leer El proceso, de Kafka. ¿Por qué no recordaba nada de eso? ¿O acaso no recordaba recordarlo?

 

4.

La ciencia, hoy, parece tener una sola y única misión: reprimir la (posibilidad para crear una) memoria (colectiva). Es esa, grosso modo, la tesis foucaultiana sobre el control disciplinario de los cuerpos que recorre la triada prisión/psicoanálisis/sexualidad y, por ello, para Agamben —y, a su modo, para Celati también—, esa represión es, palabras más, palabras menos, la característica principal del estado de excepción normalizado, con la salvedad de que, en este caso, a diferencia de Chernóbil, el virus (se) está reproduciendo (en todas partes donde se le ha detectado como) una forma específica del miedo, aquella que tiene que ver con el momento en el que éste se concreta bajo una imagen inasible debido a su carácter constantemente cambiante. En palabras de Agamben, se instaura un “stato di paura” (un “estado de miedo”) a través del cual el ciudadano acepta que se limiten libertades fundamentales, como el derecho a la reunión en nombre de “su propia” seguridad. En el tercero de sus textos sobre el coronavirus, Agamben dice: “No es sorprendente que por el virus se hable de guerra. Las medidas de emergencia en realidad nos obligan a vivir bajo condiciones de toque de queda. Pero una guerra con un enemigo invisible que puede acechar a cualquier hombre es la más absurda de las guerras. Es, en verdad, una guerra civil. El enemigo no está fuera, está dentro de nosotros”. Yo ampliaría todavía más este pasaje demoledor: lo que nos cuesta trabajo, en este caso, es aceptar que estamos ante la tanto tiempo postergada Tercera Guerra Mundial. Las condiciones económicas, políticas y sociales dan cuenta de ello. Pero, como en La peste, el problema consiste en pronunciar el nombre de lo que está pasando. Dice el narrador del libro de Camus: “la palabra ‘peste’ recién había sido pronunciada por primera vez […] Las plagas, en efecto, son una cosa común, pero difícilmente creemos en las plagas cuando nos caen encima. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras. Y, no obstante, tanto pestes cuanto guerras toman a las personas siempre desprevenidas”.

 

5.

¿Qué tipo de guerra es ésta que, insisto, bien podríamos ya comenzar a llamar la Tercera Guerra Mundial? No me cabe la menor duda de que se trata de una guerra que ocurre, sobre todo, en el ámbito lingüístico. El coronavirus es (y esto no es reducirlo en modo alguno) un virus lingüístico cuya mayor amenaza es la de impedir que generemos memoria, como señalaba Agamben desde su primer texto, por medio de una serie de prohibiciones y la implícita militarización de la vida en todas sus instancias. Y es que el Covid-19 es un virus como el que nunca antes ha habido alguno en la historia de la humanidad, uno que evidencia, visibiliza, (re)produce incluso, una condición tripartita de la información que, muy probablemente, tampoco se vuelva a dar —o no del modo en el que la vemos hoy en día— en ningún otro momento de lo que acaso nos quede como historia: me refiero a la capacidad para generar, difundir y modificar la condición misma de un acontecimiento en tiempo real. Existen tres tiempos encontrados, entonces: por un lado, el tiempo del mundo en el que ocurre la pandemia; el tiempo del relato que hacemos sobre ese mundo, es decir, el tiempo cronológicamente definido por medio de un acontecer que sólo vemos porque ha sido vertido en el lenguaje de expertos y periodistas que difunden, en este caso, las características del virus; y, finalmente, el tiempo que, dentro de esa información, abre posibilidades que van y vienen sobre el acontecimiento por medio de la proliferación de las opiniones al respecto —la de Agamben, la de Nancy, ésta, incluso—, las cuales lo modifican constantemente. El coronavirus es, así, lo mismo una certeza que una falacia, generada por agencias de noticias, difundida por diarios, modificada por usuarios de la información que lo transporta. El hecho mismo de que el Covid-19 pudo haber sido inventado no implica que sea falso.

 

6.

Cuanto más se diga, escrita u oralmente, respecto a la actual pandemia, más posibilidades hay de que se termine con los efectos a-históricos que produce: se trata de situarlo en el contexto de la cotidianidad, rompiendo, de este modo, el estado de excepción al que los Estados condenan a sus ciudadanos. Esa es la tesis de Piglia sobre el relato: a la ficción de Estado se le tiene que oponer la ficción tout court. Se trata de generar relatos de manera desquiciada para contraponerle un locus concreto, material, a la paranoia con la que históricamente se le ha respondido al Estado en todos los intentos por establecer un control inmediato sobre los cuerpos; lo cual, por supuesto, no quiere decir que el Covid-19 no deba enfrentarse con acciones concretas en materia de salud. Todo lo contrario: de lo que se trata es de arrebatarle al Estado el control de la verdad, de hacerla, por un momento, parte de quienes resisten a los aparatos represivos del mismo, tanto como a sus aparatos ideológicos. El Estado que, en suma, está actuando contra la memoria. No se debe olvidar, a este respecto, que la relación Estado-pueblo, si bien siempre permea lo social, en este caso, como en todos los de estados de excepción, lo rearticula constantemente. Es decir, a cada nueva “prohibición” por parte del Estado —si bien, a diferencia de Europa y porque aquí el Estado no podría sustentar dichas prohibiciones, en América Latina éstas se vehiculan como “recomendaciones”—, el pueblo, o mejor dicho, el pueblo articulado como sociedad, responde con una acción en específico, como se ve en la frase: “me prohíbes salir a tomar clases, tomamos entonces las clases en línea”. El problema es que en esa lógica de acción/reacción, la sociedad actúa de manera reaccionaria: mientras que el esquema casi siempre funciona a la inversa, como en la frase, “tomen las clases en línea porque les prohíbo salir”, en este caso, la respuesta de la sociedad está peligrosamente anclada en un pensamiento que podemos identificar como conservador, por decir lo menos. El pueblo, articulado en la sociedad, al aceptar y acatar las prohibiciones impuestas por el Estado, re-organiza, a partir del sometimiento, formas de “convivencia” que ha terminado por naturalizar, como la video-llamada o la visita virtual a museos, teatros, escuelas, y las re-organiza —en esto estamos en contra de Agamben, y no es poco, por cierto— para decirle al Estado que seguirá pensando y siendo crítico, incluso con los medios, digamos, asépticos que le deje. En todo caso, al seguir con las clases en forma virtual no es al Estado al que se le está dando la razón, sino a ese otro patriarca del mundo como lo conocemos: el Capital, pero eso es tema para otro texto.

 

6bis.

En los últimos días, otra forma del virus se ha desatado: la opinión especializada sobre el virus. A Agamben se le suman, no sólo Nancy y Esposito, sino también Zizek (quien, aparentemente, publicará un libro al respecto), Butler, Klein, Byung-Chul… El mejor texto que se publica al respecto es una nota de Paul Preciado en El País, le digo a mi esposa mientras fumamos en el balcón, aunque sé que decir eso no significa nada realmente. Uno de los principales problemas que enfrentamos en este momento es la inminente paneuropeización de la reflexión; comentamos, como si no sólo tuviéramos que pensar en el virus y sus consecuencias, sino que tuviéramos que hacerlo a partir de nichos delimitados, atravesados por discusiones y no por discursos específicos, justamente como sucede en el caso de Europa, donde la migración, por ejemplo, es una temática que debe aseptizarse y tocarse sólo en cuanto tal, antes de pasar a considerarla como parte de las problemáticas que abrirá esta contingencia. Lo que se consigue, así, con esta delimitación constante y, casi se podría decir, infinita, es que cada quién piense donde le corresponde. La justicia platónica, como nos recuerda Rancière, en la que hay quienes no tienen por qué pensar, y hay quienes, porque tienen el oro, pueden hacerlo. O bien, la división del trabajo que expuso Marx, y que también analizó Rancière, llevada al escenario global en la era informática: hay a quienes les toca compartir memes; a otros, a “nosotros”, nos toca reflexionar, justamente silenciando a todas y todos los que no formen parte de ese “nosotros”. La información segmenta la capacidad crítico-reflexiva porque enfatiza el carácter lineal-horizontal de la palabra contra aquel simultáneo-horizontal de la imagen. Así, los dos tipos de trabajador precarizado que surgen en este nuevo escenario no se encuentran ya divididos por la fórmula industria/artesanía, sino por la fórmula, aún más profundamente a-humana, precisamente por los medios en los que se expresa, imagen/palabra. La palabra es un privilegio; sin embargo, cuando la información se hace imagen, como estamos viéndolo en este caso, lo que ocurre en ese nivel de simultaneidad es simple y llanamente la saturación de un solo tópico, diseñado para un solo consumidor. El virus, entendido principalmente como virus lingüístico, comporta de este modo tres consecuencias: 1) una versión microscópica de la segmentación académico-capitalista de la reflexión, de la que, por supuesto, está excluida la gran mayoría de la nueva ciudadanía global; 2) un distanciamiento que se hace cada vez más profundo entre quienes pueden y quienes no pueden participar, ora con la imagen, ora con la palabra, del debate generalizado, lo cual, en sí, es también una delimitación de quienes pueden y quienes no pueden participar de procesos democráticos, de por sí reducidos a la representatividad mediante el voto; y, finalmente, 3) una interiorización —y en esto estaría totalmente de acuerdo con Preciado— de las formas de control necro y biopolítico como enunciados que se adhieren al cuerpo virtual: lo que publicamos en nuestras redes, ya de por sí controlado, monitoreado, y, digámoslo, censurado consensuadamente, no sólo podrá, sino que deberá usarse a partir de ahora, ya no como una extensión de quiénes somos “afuera”, sino como el cuerpo mismo; es decir, nuestro cuerpo será ya solamente corpus lingua, cuerpo de lengua, o bien, cuerpo lingüístico sostenido por un soporte físico-biológico que sólo funcionará en el marco de la producción inmediata cifrada en el circuito consunción-desecho-consunción. Lo físico desaparece cuando la posibilidad de tocarlo se esfuma. El virus, así, se concretará doblemente: en su estadio biológico, por un lado, donde podremos acaso ser asintomáticos y eternos portadores (como ocurre al final de La peste) y, por el otro, en su estadio lingüístico, donde no sólo los síntomas crecen exponencialmente, sino que los veremos actuar de inmediato en (la) realidad: ante la amenaza de un posible infectado o infectada, lo que operará serán una serie de restricciones destinadas a señalar, aislar y eliminar a las y los infectados. O bien, como se le conoce en redes sociales, “bloquear”. Estamos ante la era del bloqueo absoluto y sólo quienes obedezcan, acaten e incluso promuevan leyes cada vez más férreas de control disciplinario necro y biopolítico van a sobrevivir.

 

7.

Covid-19 o no, de lo que se trata es de desquiciar(se frente) al Estado con el arma que, diría Piglia, siguiendo a Roland Barthes, es la forma inicial de la humanidad en sí misma, esa en la cual a la información se le opone la experiencia como única posibilidad de hacer, de seguir haciendo, memoria: el relato. Contra los fragmentos objetivos de la información sobre el coronavirus deben crearse relatos que, negándolo o afirmándolo, logren hacer de él más que una consigna, a saber, una excepción, la excepción contra el Estado de excepción, aunque la frase suene trillada y vacía. Volvamos al punto de partida: Celati, al encontrarse frente a una pila de folios informativos sobre el caso de Chernóbil, le pregunta a una señora “¿Debo leerlos todos?”. “Si quiere estar informado”, contesta ella. Ese es el llamado: dejarle la información a quien con ella —y, sobre todo, para que ella siga existiendo como valor y generando plusvalor— pretenda imponer obediencia. Contra la información, en cualquiera de sus formas, sólo nos queda la ficción. Y no es poco.

 

8.

Releo este texto y lo edito para una versión impresa. Las dos posibilidades serían igualmente aceptables: seguirlo escribiendo por tiempo indeterminado o cortarlo, reducirlo a una sola frase. ¿Cuál?

 

9.

Traduzco a Camus para mandarle a un amigo, que está en Puebla, un fragmento por WhatsApp: “No, la peste no tenía nada que ver con las grandes imágenes exaltantes que habían perseguido al doctor Rieux al inicio de la epidemia. Era, de entrada, una administración prudente e impecable que funcionaba correctamente. Es así, dicho sea de paso, entre paréntesis, que para no traicionar nada y, sobre todo, para no traicionarse a sí mismo, el narrador ha tratado de ser objetivo. No ha querido modificar casi nada por medio de los efectos del arte salvo en aquello que concierne las necesidades elementales de una relación medianamente coherente. Y es la objetividad en sí misma la que le ordena decir, ahora, que si el gran sufrimiento de esa época, el más general y el más profundo, era la separación, que si es indispensable realizar conscientemente una descripción nueva de ese estado de la peste no es menos cierto que ese sufrimiento perdía su patetismo. Nuestros conciudadanos […] en ese momento, tenían memoria, pero una imaginación insuficiente. En el segundo estado [sin patetismo], perdieron asimismo la memoria”. Quisiera poner ese fragmento en epígrafe, y dedicarle el texto a Vargas Llosa. Nada de eso, nada de esto tiene sentido.

 

Centro de Tlalpan, del 26 de febrero al 2 de abril de 2020

 

Una versión reducida del presente artículo se publicó en ContraRéplica el día 3 de abril de 2020: https://www.contrareplica.mx/nota-Contra-la-memoria20202455

 

* Alfredo Lèal (San Pedro Mártir, 1985). Escritor, traductor y docente. Realizó el Doctorado en Estudios Latinoamericanos en la UNAM, universidad por la cual es Licenciado y Maestro en Letras Modernas Francesas. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas, del FONCA y del IFAL. Ha sido profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y de la Universidad Iberoamericana Puebla. Es el primer traductor mexicano de Marcel Proust al español. Autor de numerosos artículos académicos y ensayísticos, así como de siete libros literarios, entre los que destacan La especie que nos une (2010), Carta a Isobel (2013), La vida escondida aún (2016), Espectros de Macedonio (2017) y Magnalia mirabilium (2020).

 

Fotografía de portada: https://blogs.iadb.org/innovacion/wp-content/uploads/sites/32/2020/03/innovacion-covid.jpg

Revista Desocupado

 

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