Crónica

 

Cronica de un colombiano en un mercado de pulgas en la CDMX

2025-11-02 12:18:47

Diferencias y semejanzas entre los mercados de pulgas en Mexico y Colombia

 

 

Por Connor O. Rincón

 

Mi nombre es Connor O. Rincón, lo dejaré en Rincón, tengo 20 eternos años de vida y soy de origen colombiano, concretamente soy rolo, es decir de la ciudad de Bogotá, pero vivo en México desde hace unos pocos años para acá. De las primeras cosas con las que conviví en la ciudad fueron estos mercados rodantes llamados "Tianguis", me llamaron mucho la atención y me familiaricé rápido con ellos. Tienen diferentes tipos, pero todos con la misma estructura, algunos me recuerdan inevitablemente al “mercado de San Alejo" en Colombia, y otros de mi ciudad, en donde el tiempo, las creencias, la astucia y la viveza viven allí.

Pero ya sea en Bogotá o en CDMX, siempre se encontrarán cosas que con sus abolladuras y pintura que gritan que la restauren. Cosas que tienen una historia más larga que su alrededor, en muchos de los casos. En los tianguis de la Ciudad de México también está el puesto repleto de coleccionables de Coca-Cola, lleno de objetos curiosos para representar la marca de esta bebida. Y existe la oportunidad de encontrar cosas específicas sin el prejuicio de un precio absurdo lleno de ignorancia.

Te encuentras los objetos en el suelo con los que aprendes a tener un ojo activo para detectar un tesoro perdido para ti. Algo curioso de los vendedores de los tianguis en México es que te empiezan a hacer la conversación cuando notan que realmente te interesaste en lo que te ofrecen y hablan sobre la historia de aquellas prendas colgadas.

Hay objetos que son un trasteo, pues cuando te estás yendo, sin buscarlos, y cuando menos los pensabas ahí está, lo ves y entonces tiene una importancia por cómo se ven o lo que representan, tal vez simplemente sabes que en la profundidad de tu cabeza su estructura está presente de alguna manera.

Mis objetos favoritos en los mercados de pulgas son las cámaras, ver cómo algunas traen marcas o distinciones y entonces entiendes que capturaron hasta refranes y ahora podrías conseguir tus propias imágenes con ellas, sabiendo que sus mecanismos ya no tienen molde, saber que tal vez parte de las historias que sus lentes captaron podrían presentarse en una de tus fotografías, casi como si su flash zurrara cuando se dispara.

Quiero contarles sobre mi última visita a un tianguis de este tipo. Cuando entramos en el segundo puesto que vimos que se encontraba un reproductor de cassettes, uno que hizo a mi mamá recordar la música que se reproducía en su adolescencia y que dijeran en voz alta algo sobre la nostalgia que sentía por los momentos en el que, al igual que yo, simplemente podría encerrarse en su música y no pensar en nada más. En esos cassettes estaban los artistas que siempre le gustaron las bandas con las que me hizo crecer, cada uno de los cassettes que mi abuelo le regalaba, los que grababa y que ella misma daba para demostrar el cariño que sentía por los demás, dejándome ver que en estos mercados no sólo podemos encontrar historias de otras personas ajenas a nosotros, sino hacer remembrar las cosas que vivimos o vivieron personas antes que nosotros y aún pueden contarnos de su propia boca.

También encontré un modelo a escala del carro negro que tenía Toretto en las primeras películas de Rápidos y furiosos, ese negro con el motor salido con los propulsores por debajo que lo hacían volar, me encantó los detalles en los rines en el modelo. Viéndolos me trajeron los recuerdos de mí mismo a los 9 años pasando horas al lado de mi hermano viendo cada una de las películas que, para entonces, existían; el tiempo que pasábamos reproduciéndolas juntos y hablando de ellas. Todavía hoy seguimos viendo esas películas, seguimos reuniéndonos en la sala de mi abuela, en el televisor de nuestra casa sólo para sentarnos juntos a disfrutar estas películas una y otra vez.

Caminando mi hermana por este tianguis de pulgas de la CDMX ella encontró un par de trapos o ropa vieja llena de identidad cada uno de ellos tenía al menos una pizca de singularidad, unos traían hasta sus narradores aún juntos a ellos, viendo a mi hermana intentando decidir si quedarse con ellos o no me recordó a cuando era pequeño y me llevaba al mercado de las pulgas a buscar ropa, cuando se negaba a soltar mi mano porque le aterraba la idea de que me volviera a perder entre el mar de gente, cuando con sus ahorros de vez en cuando intentaba comprarme alguna gorra a sabiendas que siempre las ame, haciendo que me las pruebe como ella se probó aquel vestido que si compro.

Por mi parte, me encontré una pelota de béisbol tan bien cuidada que me hizo pensar que por ahí hubo algún nerd que la guardó y la apreció por años hasta que algo lo desprendió de ella y terminó sola en una manta roja esperando a ser comprada por algún otro tipo de extraño. Vi algunos collares que a mis ojos se presentaron como de brujo tanto que hasta uno de ellos en algún cuello se podría ver como todo un visaje. Había tantos espejos por el mercado ambulante que caminando no pude evitar creer que estaba en alguna película de rollo mostrando mi imagen en cuadros distanciados entre ellos, pero sin anular mi propia movilidad.

El encontrar cosas en los tianguis mexicanos me es muy curioso, pues aunque siento que puedo entenderlos y casi conocerlos con solo verlos, la cultura que se desborda en cada esquina de ellos me devuelve el mareo de estar tan lejos de casa, pero a su vez es esta misma cultura y lo único que vuelve todo es lo que me atrae a ellos, pues aunque las vistas rápidas a veces se pueden confundir con los mercados en los que crecí, solo basta con hablar para notar que los tianguis son en su propia estructura singulares, sin embargo ellos albergan una esencia que puedo acoger y comparar con los mercados de pulgas, casi como si estos dos fueran mi propio punto medio entre dos culturas.

 

 

Revista Desocupado