Ensayo

 

Piglia: el hombre doble

2017-01-06 17:17:15

 

Un réquiem personal a raíz del fallecimiento del escritor argentino Ricardo Piglia

 

Por Adán Medellín (@adan_medellin)*

 

Dicen que Emilio Renzi se ha ido. O que se ha ido el hombre que escribía desde Renzi y sus diarios, pero que firmaba para el resto del mundo como Ricardo Piglia, aquejado desde hace años por una esclerosis lateral amiotrófica. Nacido en Adrogué, Buenos Aires, en 1941, el trabajo de Piglia abarcó géneros como el cuento, el ensayo y la novela, que engendrarían homenajes de otros creadores (como la versión operística y el cómic de su genial novela distópica en clave política sobre la argentina de los años 80, La ciudad ausente).

Fragmentario, lúcido y erudito, Piglia jugó a reescribir como algunos de sus ídolos, Roberto Arlt o Macedonio Fernández, hasta encontrar su voz (decía que el primer paso para encontrar un estilo, era convencerse de que uno lo tenía) y convertirse en un referente no sólo de la literatura argentina, sino de las letras latinoamericanas. Jugando con los formatos de informes históricos, testimoniales, lecciones, discursos, reportajes y policiacos; colindante con la academia norteamericana en Princeton; Piglia encontró su manera de narrar y facturó un mundo donde lo marginal-criminal, lo detectivesco, lo histórico, lo político y lo literario se imbricaban en el tejido del relato.

Sin duda, más que enseñar a escribir, Piglia desafiaba a leer como actividad iniciática. Con estudios de historia, versado en novela policial y amante de la narrativa estadounidense, Piglia jugó al detective lector hurgando en las causas de leer y de escribir, en los motivos de la novela moderna, en la época donde confluían la tensión del estilo en contraste con la abolición de la experiencia. ¿Leer o vivir?: una suerte de pregunta ética aparece en retazos en todos sus libros, llenos de hombres y mujeres que se estrellan en las fronteras de la experiencia lectora y el bovarismo, arrastrados por las pasiones históricas o políticas de su tiempo. Boxeadores nostálgicos, criminales con habilidades artísticas, escritores a punto de suicidarse, utopistas revolucionarios que rayan en la locura, seres obsesionados con el amor, las pelirrojas, las máquinas de narrar y la militancia.

Piglia pensaba que uno escribía para ser leído por otro, para encontrar al lector que lo leería y sería capaz de descifrar los rastros y las pistas de la escritura (quizás en ello hallaría la forma de compartirse perfecta, donde se conciliaban el amor, la amistad, el egoísmo y el placer). Piglia pensaba que la escritura era salvación para algunos, pero también el abordaje de la barca de la muerte para otros. Piglia pensaba que existían los dobles al otro lado del mundo, acorde con su fascinación por la réplica, por la manufactura de historias, emociones y sentimientos en el taller de la lectoescritura.

Piglia pensaba que el fluir del relato se encontraba en una estructura orgánica, una huella en el corazón de la materia humana y terrenal, que se transmitía en una historia modélica y se transformaba a partir de sus distintas variaciones en los relatos que le daban sentido al mundo individual y colectivo. Piglia creía que el terreno más fértil de la palabra nacía entre la tensión de categorías y discursos: lengua dominante-lengua dominada, lengua rural-lengua urbana, lengua culta-lengua popular; consecuente con esto, creía que la vida de la lengua vibraba en la periferia de los “usos tergiversados del lenguaje” y la lengua personal, una construcción dinámica y extrañada, atravesada por lo individual y lo social. Piglia pensaba que, para cada uno de nosotros, existía otra persona susceptible de trastornarnos, de dejarnos indemnes y arrasados, sin que lográsemos adivinar si eso era una bendición o una catástrofe de la existencia.

Entre las imágenes de ciudades sórdidas y paranoicas, de militares enjuiciados en la pampa, de jóvenes activistas políticos, de ladrones marginales y almas periféricas; entre sus diálogos con Saer, Kafka, Gombrowicz, Flaubert, Pavese o Macedonio, el lector que escribe esto guarda las propias: la primera pelirroja en el camino de Renzi, una visita a un museo con piezas narradas en novelas, un hombre enloquecido en un faro, un pez congelado por el olvido del amor de una mujer en invierno, la obsesión (por la literatura, por otra persona, por una historia) en la metáfora de una luz imantada que hace volar interminablemente a una mariposa fascinada hasta morir de fatiga.

Ahora, el hombre doble, Piglia-Renzi, marcha sin escalas al corazón más secreto del lenguaje.

 

 

*Adán Medellín (Ciudad de México, 1982) ha publicado tres libros de relatos (Vértigos, Tiempos de Furia y El canto circular), así como la traducción conjunta del poemario Nierika. Cantos de visión de la contramontaña. Es jefe de redacción en Playboy México.

Revista Desocupado