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Néstor Castelli: Nunca he dejado de luchar

2021-02-22 09:55:01

Este relato es un crisol de personajes y circunstancias en donde convive toda una época que el tiempo se ha llevado, y que sólo sobrevive en fotos en sepia y en sombras arriba de un ring

 

 

 

Por Omar González-García*

 

 

Ahora solo hace rounds de sombra sobre el ring. Sobre el ring del gimnasio “Martínez, Club de boxeo”, donde también es velador, vigilante en los vestuarios para que nada falte y todo esté en orden y responsable ante su propietario -Sergio “Maravilla” Martínez- de mantener al día todo lo que el gimnasio necesita para funcionar acorde a los parámetros que el propio Martínez le indicó y que él, Néstor Castelli, conoce de sobra: “no se es campeón de peso welter durante 12 años por tener una linda cara”, dice. Y agrega: “hay que ser disciplinado”.

“Todos los días para mantenerme en forma, hago rounds de sombras”, señala; abdominales, sentadillas, doce minutos a trote, saltar la cuerda y una brava seguidilla de golpes al saco de arena y a la pera conforman la rutina mínima de Néstor Castelli (Ciudad de México, 1960), campeón durante doce años de la categoría de peso welter (1982-1994) versión WBC y boxeador activo durante quince años (1980-1995).

“El box fue mi vida durante quince años” –le dice al grabador pero mirando a quien con él platica esa noche de domingo en el gimnasio que administra—. “Quince años de entrenamientos, fuerza, lucha, mucha lucha y muchos golpes, demasiados, diría yo”; y al decirlo, Castelli se toca la mandíbula, tres veces fracturada; los lóbulos de ambas orejas, desproporcionados los dos en sus dimensiones, la nariz chueca y los nudillos encallecidos luego de quince años de golpear peras, sacos y rivales.

“Siempre fui muy bueno para tirar madrazos. Ya sabes, no falta nunca el gracioso que a media clase mientras intentas dar la lección, te pica el culo con un lápiz, o el que jugando al fútbol en el potrero de la vuelta de casa, te planta una patada nada más porque sí, porque está grandote o porque vio con el rabillo del ojo a la chica que le gusta y se quiere lucir y ¡zaz!, te deja caer una patada. Bueno, de nada de eso me dejaba, y tenía una zurda fabulosa. Bueno, aún la tengo", y empuña la mano al decirlo. ¡Clic, clic, clic!, suena en el silencio de la noche dominical el obturador de la cámara de Valdemar Rovira, fotógrafo de deportes en El Nacional, el diario del que hemos venido para entrevistar a Néstor Castelli.

Mientras prepara café para los tres en la cocineta del club, Castelli nos ha dejado revisar sus álbumes. Una serie de fotos a color, en blanco y negro otras, algunas sepiadas, el listado de sus admiradores es largo y disímbolo.

Tiene fotos junto al presidente Paz en 1982 y otra junto al presidente Calero en 1988; con Mantequilla Nápoles y Mohamed Alí ya en la vejez de ambos; con Kid Pambelé y futbolistas como Leonardo Cuéllar o aquel Marcos Rivas, jugador del Atlante a quien llamaban “El Mugrosito”; actrices de notables talentos: Angélica Chaín, Diana Herrera, Sasha Montenegro; músicos del calibre de Los Van Van, Ibrahim Ferrer, Irakere en pleno y Celia Cruz.

Una en particular es un poco más grande que las demás. Posa en impecable guardia zurda con... “Ésa es una de las fotos, o quizás deba decir la foto, que más me agrada, la que más recuerdos me trae”. Inmortalizados en el tiempo mágico de una toma en blanco y negro, los personajes miran a la cámara y parecieran dispuestos a golpear la lente que los captura para la eternidad.

“Es la foto que más me agrada porque me devuelve al Cerati que conocí luego de mi última presentación en el ring montado sobre la Plaza de Toros México y el concierto final de la gira de Soda Stereo en México en el estadio Azul, aquel donde Boca Juniors había sido derrotado por Cruz Azul. Yo ya me había retirado pero a alguien se le ocurrió que era buena idea llevar dinero a sus arcas a partir de homenajearme programando una pelea de campeonato en la que yo habría de subir al ring y tomarme la foto con dos colegas de vida efímera. ¿Si recuerdan verdad?

El fotógrafo y yo asentimos. Recordábamos bien ambas cosas, yo en particular el concierto que en México y con “En la ciudad de la furia”, el memorable epítome de la poética de Gustavo Cerati había brindado Soda Stereo.

“Lo importante, nos dice Castelli es no dejarse vencer y seguir, seguir, seguir. En ese sentido, la hora final de Cerati siempre me ha parecido esclarecedora y brutalmente pedagógica para quienes tuvimos oportunidad de tratarlo, ya de cerca, ya de lejos, como yo, Néstor Castelli, lo hice”.

La plática va y viene por los terrenos del box, la política, que es tema menor; las mujeres, “interesantes todas” dice Castelli hasta llegar al “¿por qué administro el gimnasio de “Maravilla Martínez? Es sencillo”, dice.

“Hace unos cuatro o cinco años, cuando nadie me daba trabajo a cuota fija, me empleaba como cadenero en un bar por el rumbo de Insurgentes. Una noche de sábado, tres o cuatro riquillos, jalonearon a unas chicas que iban llegando al bar. Cierto, el conato de lo que haya podido ser, se dio antes de cruzar la cadena. La quité, le jalé las espaldas a uno de ellos y le solté un zurdazo que lo mandó a dormir mediodía; dos más se me vinieron encima pero con el simple amago de un golpe los eché a correr. Terminé en la comisaria acusado de lesiones que ponen en peligro la vida, ya saben: exboxeador, puños como cañones y todas esas mariconadas de fiscales ociosos. Perdí el trabajo y anduve errando por ahí y por allá en algunos oficios despreciables. A finales de octubre de 2010 una plaza comercial solicitaba empleados”.

“Entré y llené el formato para el empleo: el primer día me dieron un traje del Hombre Araña y al día siguiente uno de Batman. Ese día, afuera de la plaza, con un viento frío corriendo sobre las banquetas, un niño se detuvo frente a mí. Tenía un globo con la máscara de Batman impresa. Se me quedó viendo y luego alzó la cara buscando la de su padre como quien busca autorización: ¿Hace cuánto que no luchas Batman? ‘Nunca he dejado de luchar’ dije, nunca”.

“Los vi alejarse a paso rápido rumbo al estacionamiento de la plaza donde en mi calidad de Batman vendía ilusiones. Al alzar de nuevo la cara vi la cara del hombre que me señalaba al niño que iba hacia mí, pero ahora con una tarjeta de presentación entre sus dedos:

--Batman, dice mi papá que le llames mañana, que tiene una misión para ti.

“Y aquí me tienen, desde hace ya casi diez años, cuidando este ‘Martínez Club de boxeo’ aquí en la Ciudad de México, que alguna vez fue para mí, la auténtica Ciudad de la Furia.

Rovira toma una última foto. Imito con Castelli la que le tomaron con Cerati. Veo una sombra salir de algún lado y por instinto cabeceo al lado contrario. “Nunca bajes la guardia” me dice Castelli y ríe entonces con largueza.

Afuera, lejos, en la otra orilla y en otro tiempo de esta ciudad tumultuosa y febril, alguien inicia su noche y Spotify invoca a la voz y la guitarra de Gustavo Cerati, el bajo de Zeta Bossio y la baquetas y el cuero de Charly Alberti. Y tú: ¿Hace cuánto que no luchas?

 

 

*Omar González-Garcia (México, 1962). Autor de la columna Anaquel que se publica en diversos medios electrónicos. Ha escrito ficción para diversas revistas digitales y el texto que aquí se publica fue uno de los que presentó en el Tercer Mundial de Escritura en 2020

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